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miércoles, 9 de enero de 2019

A vueltas con el tiempo




A VUELTAS CON EL TIEMPO: EL MITO DEL ETERNO RETORNO

       En enseñanza siempre nos ha preocupado el tiempo. A final de curso no es raro encontrar a quienes se engolan y envanecen porque han acabado sus programaciones (lo que en tales casos suele significar que han llegado a la última página del libro de texto). No nos referimos a esto sino a cómo gestionar el tiempo que compartimos con los alumnos.

     Todo lo que ocurre en el Centro es importante y es aprendizaje, desde las llamadas actividades formativas hasta el barullo, a veces anárquico, del recreo (Todos sabemos que se aprende mucho en el patio y desde el patio). En cualquier caso, la preocupación docente se centra más en saber cómo gestionar el tiempo de clase para que sea productivo y agradable, aspectos que suelen ir cogiditos de la mano.

      En el mes de septiembre me he incorporado como profesor de Secundaria a una de las Escuelas europeas de Bruselas. A las incertidumbres que genera trasladarse a un país extraño hay que sumar la inseguridad de enfrentarse con un sistema educativo desconocido. La primera sorpresa tiene que ver con el tiempo: los periodos lectivos son de 45 minutos. Así, a priori, parece poco. Pues no. En un centro educativo donde los desplazamientos son largos una melodía marca el final de una clase y el principio de la siguiente, con una separación de cinco minutos. Todos han aprendido a ser puntuales, por lo que la clase cuenta con los 45 minutos previstos (¿Cuántas horas de 55 minutos quedan reducidas de facto a 45 en nuestros institutos de Secundaria mientras profesores y alumnos aciertan a reencontrar sus inteligentes miradas en el aula?). Pero ese no es el secreto del negocio.

      Los profesores disponen de su aula, lo que en Enseñanzas Medias de Andalucía no es habitual salvo para talleres o espacios determinados. Cuando los alumnos llegan a clase, ya está cargado el vídeo, encendido el proyector, repartidas sobre las mesas las fotocopias de trabajo, consultado el diario de clase o preparada la lista de asistencia (La vida es eterna en cinco minutos, suena la sirena, de vuelta al trabajo... Y tú caminando, lo iluminas todo. Los cinco minutos te hacen florecer.) Por si a alguien se le escapa la obviedad, todo ese material ya ha sido preparado con antelación (La multiplicación de los minutos y segundos solo es milagro callejero o derivado ignoto de la física cuántica).

       Disponer de aula propia (aunque se compartan los sobrantes) es más caro puesto que necesita algo más de espacios. Si los institutos están atiborrados de grupos, difícilmente será posible aumentar el número de aulas. Pero solo porque el legislador no quiere, por esa resistencia que tiene a alterar siquiera un elemento del sistema. Contar con aula de profesor y materia tiene múltiples ventajas: permite que el docente organice físicamente la clase como mejor crea para su materia, se gana en tiempo educativo, como hemos visto con anterioridad, los alumnos, en la flor del conflicto adolescente, llegan más relajados, el gasto por mantenimiento disminuye considerablemente pues el aula deja de ser un espacio impersonal multiuso para convertirse en un área educativa con personalidad y vida propia. Es más caro, sí, pero la enseñanza gratuita y de calidad cuesta dinero. A lo mejor hay que recordarlo en estos días de tribulación política. El humo, no lo olvidemos, es más barato, sobre todo cuando el fuego se alimenta de bagatelas.

Pedro Jimémez Manzorro

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